La “madre de todas las batallas” estalló el 20 de julio de 2012 en Alepo y parece que está en su recta final después de las dos últimas semanas de la ofensiva “Tormenta del Norte” por parte de las fuerzas leales al Gobierno de Damasco. Dos tercios del territorio conquistado por el entonces Ejército Sirio Libre (ESL) al este de la que era capital económica del país han vuelto a manos del Gobierno, que gracias al apoyo firme, diplomático y militar, de Rusia e Irán está cada día más cerca de recuperar Alepo. La victoria es triple porque supone un paso adelante para el presidente Bashar Al Assad y, al mismo tiempo, eleva el papel de Rusia como gran potencia en Siria, por encima de Estados Unidos, que desde el comienzo de la crisis nunca ha tenido claro a quién debía apoyar. La tercera consecuencia es la confirmación de Teherán como un socio más fiable que las monarquías del Golfo, que han invertido una fortuna en armar a cualquier grupo que hiciera frente al gigante chií, sin importar demasiado su ideología.

En una entrevista concedida en octubre al diario ruso Komsomolskaya Pravda, Assad  adelantó que la conquista de Alepo «va a ser el trampolín, como una gran ciudad, para moverse hacia otras áreas, para liberar otras áreas de los terroristas. Esta es la importancia de Alepo ahora”. El régimen busca las ventajas políticas y estratégicas que le ofrece esta victoria que acaba con el sueño que tuvieron los opositores de convertir Alepo en su capital alternativa a Damasco. Desde el inicio de la revuelta Alepo fue el lugar elegido para crear una especie de Bengasi sirio, es decir, una zona “liberada” desde la que poder dirigir sus operaciones. La entonces secretaria de estado estadounidense, Hillary Clinton, se refirió a esta posibilidad tras la división de la ciudad y pidió “trabajar codo con codo con la oposición porque cada vez tiene más territorio bajo control” y esto podría ayudar a conseguir un “refugio seguro” desde el que organizar mejor la lucha contra el régimen. Lo mismo opinaba Recep Tayyip Erdogan, que pedía un día sí y otro también la declaración de “zona de exclusión aérea” sobre Alepo y abrió su frontera para convertir Turquía en la retaguardia de la oposición al régimen.

Clinton se equivocó, y ese “refugio seguro” se ha convertido en el “trampolín” que buscaban Assad y sus aliados. Erdogan ha cambiado de estrategia para blindarse de los kurdos y del grupos yihadista Estado Islámico (EI) y ha abandonado a unos grupos armados que sin el apoyo exterior son incapaces de resistir. El eje formado por Damasco, Moscú y Teherán ganan la batalla de Alepo, pero la guerra no ha terminado.