ABBOTTABAD. Después de diez años rastreando cada palmo de las montañas del cinturón tribal que une Pakistán y Afganistán, analizando cuevas y senderos intentado dar con la pista de Osama Bin Laden finalmente el líder de Al Qaeda se refugiaba en una casa de campo rodeada de una de las academias militares más prestigiosas de Pakistán. En este país asiático inició su camino como yihadista contra los soviéticos en los años ochenta y aquí encontró la muerte en su otra yihad, la que desde 2001 dirigía de forma clandestina contra Estados Unidos. Lo que era un secreto a voces se convirtió en realidad la mañana del 2 de mayo, tras la invasión americana de Afganistán en 2001 Osama y los suyos encontraron refugio en suelo paquistaní y desde aquí ha dirigido ‘la base’ en los últimos años.

Abbottabad no es Tora Bora. Las condiciones de vida en la mítica montaña afgana donde el saudí fue visto en público por última vez eran mucho más duras que en esta tranquila población de media montaña situada a las faldas de las montañas Kakul y escapada elegida por los paquistaníes de la ciudad con ganas de respirar aire puro. Pero el destino de ambos lugares está unido desde que Abu Faraj, lugarteniente de Bin Laden en la campaña afgana, decidiera emprender el camino desde las montañas de Tora Bora a Abbottabad para buscar refugio, según recogen los documentos de Wikileaks, que destacan también que personas del entorno muy cercano a Osama se desplazaron hasta allí para reconocer el lugar antes de la detención de Abu Faraj en 2005.

Tres horas de coche son suficientes para cubrir los 150 kilómetros de distancia que le separan de Islamabad, 150 kilómetros que miles de personas realizaban cada viernes de picnic sin ser conscientes de que estaban a muy pocos metros de la casa del terrorista más buscado del mundo. Es la carretera que llega a la frontera China, la ruta que los extranjeros amantes de la montaña deben tomar para acercarse a puntos de salida para importantes trekking como Gilgit –puerta del K2-, la carretera que lleva a Havelian, una población sagrada para los sikh del mundo que realizan frecuentes peregrinaciones.

Bajo la amable apariencia de Abbottabad –uno de los seis distritos de la región de Hazara, dentro de la provincia de Khyber Pakhtunkhwa- donde las casas parecen caer de las laderas verdes e imponentes que la rodean, se esconde también un lugar señalado por los servicios de inteligencia mundiales como santuario terrorista. El caso de Abu Faraj fue el primero de una lista que de momento sigue abierta porque a finales de semana las autoridades paquistaníes detuvieron a 40 personas presuntamente vinculadas con la que ha sido la residencia de Bin Laden los últimos seis años. La ‘operación Gerónimo’ que acabó con la vida de Osama fue la última, pero antes ya cayeron otras figuras de la particular baraja de terroristas más buscados que EE.UU tiene en el frente “Af-Pak”, como destaca la revista Time en su último ejemplar dedicado casi en exclusiva a la muerte del terrorista más buscado. El 25 de enero de este mismo año las autoridades paquistaníes detuvieron al terrorista indonesio Umar Patek en este mismo lugar. Patek es uno de los miembros de AQ acusados de tomar parte en el atentado de Bali del 12 de octubre de 2002 que costó la vida a más de doscientas personas. Su detención se produjo poco tiempo después de que los paquistaníes localizaran en Abbottabad a Tahir Shehzad, un hombre vinculado también a la red terrorista.

“No es la primera vez que un terrorista elige un lugar así para pasar desapercibido. Todos esperábamos que estuviera perdido en mitad de las montañas o escondido bajo tierra y al final estaba a las puertas de una base militar y cerca de la oficina de los servicios de inteligencia (ISI) donde nadie se lo imaginaba. El factor sorpresa es decisivo con esta gente y así ha quedado demostrado una vez más”, afirma un experto en seguridad con larga experiencia en un país asiático que vive en alerta roja desde la caída del líder de Al Qaeda y la posterior amenaza del grupo Tehrik e Taliban Pakistán (TTP) sobre su intención de vengar al jeque saudí. Una amenaza que no ha tenido calado entre la población que apenas ha secundado los llamamientos de protestas por parte de los principales partidos islámicos lo cual indica, según los expertos, el declive de la ideología entre unos ciudadanos más preocupados por sobrevivir al día a día que por la muerte de Osama.

Una vida ligada a Pakistán
Osama viajó por primera vez a Pakistán a comienzos de los ochenta. Entonces eligió Peshawar como centro de operaciones y las Áreas Tribales bajo Administración Federal (FATA) como área donde instalar los campos de entrenamiento de sus luchadores árabes. Aquí conoció a su inseparable lugarteniente Ayman Al Zawahiri –ahora número uno de la organización y que, según reflejan los expertos paquistaníes en sus últimos análisis se habría distanciado de los postulados de Bin Laden ocasionando una fractura en la cúpula de AQ- y estableció las bases de una organización que rápidamente extendió su ideología por todo el mundo. “Entonces vivían en los campos de refugiados afganos que se dispusieron a lo largo de toda la frontera. Gente pobre que huía de la guerra que fueron auténticos juguetes en manos de estos ideólogos que venían de sus países con el espíritu muyahidín”, recordaba en una reciente entrevista a este medio el historiador doctor Azmat Hayat Khan, desde la universidad Peshawar. Muchos de aquellos afganos no regresaron nunca a su país de origen y siguen viviendo en suelo paquistaní en esa especie de limbo que forman las áreas tribales, que suponen aproximadamente el 25 por ciento de la superficie actual de Pakistán, en el área que va de Quetta a Peshawar. La población es mayoritariamente de etnia pastún y vive a caballo entre Afganistán y Pakistán, sin tener que pasar fronteras o controles de aduanas. No pertenecen a ningún país. Sus lealtades se deben a uno de los 400 clanes que conforman las cerca de sesenta tribus. Esta área, donde viven más de tres millones de personas (según el último censo de 2000) en una superficie de 27.220 kilómetros cuadrados, no la pudieron controlar ni ingleses, ni rusos a lo largo de la historia. Ahora es el turno de paquistaníes y americanos que, tras la crisis de la Mezquita Roja en 2007, trabajan de forma conjunta desde tierra y aire en la lucha contra los grupos talibanes entre los que tienen refugio los milicianos de AQ y sus líderes.

Abbottabad está a las puertas de estas zonas tribales. Lo suficientemente cerca para llegar a ellas, lo suficientemente lejos para tener una vida más cómoda y próxima a las comodidades de la capital, Islamabad.

Historias paralelas

A los pocos minutos de que Barack Obama diera la noticia en un mensaje especial dirigido a la nación, los ciudadanos americanos estallaron de alegría y se echaron a las calles para celebrar la muerte del enemigo público número uno, de la persona a la que consideran responsable del atentado contra las torres gemelas. A miles de kilómetros de distancia Abbottabad amanecía y los vecinos de Bin Laden se acercaban a una casa que “aun olía a pólvora”, recuerda Mohsen Ali, que vive a apenas cinco minutos y que aun no termina de creerse que Osama fuera su vecino los últimos seis años. “Parece increíble, pero es posible ya que se trataba de la típica casa de pastunes que pese a estar en el pueblo, estaba construida a su estilo, como si estuvieran en mitad de las montañas. Aquí todos sabemos quien vive en cada casa, nos conocemos todos porque en la pedanía de Bilal no somos más de mil vecinos, pero en el caso de los pastunes es diferente porque si alguien osa asomarse por el muro le abren la cabeza”, asegura este joven ingeniero que, como el resto del pueblo, ha encontrado en la casa de Bin Laden un lugar perfecto donde pasar el rato libre “porque esto es historia, ya hemos quedado marcados para siempre como el pueblo de Osama”, tal y como rezan las pintadas aparecidas en las últimas horas en muchas paredes ‘Osama bin town’.

Abdul Basit estaba en la universidad cuando sucedió el 11S. Ese día cambió su vida, como la de miles de paquistaníes, y ahora es investigador del Instituto Paquistaní de Estudios para la Paz donde se dedica a la investigación del terrorismo de Al Qaeda y sus vínculos con los grupos talibanes locales. Mientras los helicópteros americanos volaban desde la base afgana de Bagram hasta Abbottabad –con unos sistemas de inhibición que les hicieron invisibles a los radares- para matar a Bin Laden nadie se podía imaginar lo que iba a suceder. A las pocas horas los medios paquistaníes comenzaron a hacerse eco de la caída de un aparato cerca de la academia militar de Abbottabad y después llegó el discurso de Obama que dejó a todos boquiabiertos. “Por la mañana me encontré el buzón del teléfono y correo electrónico llenos de mensajes”, recuerda Abdul al que casi todos los colegas le formulan la misma pregunta: “¿Cómo es posible que Osama se escondiera en un lugar así?”

“Cuando los primeros muyahidines llegaron a Pakistán eran auténticos guerreros santos. La gente les adoraba y se podían mover libremente por todo el país sin ningún tipo de problema. Su estatus fue parecido cuando terminó la guerra y algunos se quedaron a vivir en Quetta, Peshawar y Karachi principalmente. Pero todo cambió cuando los talibanes se hicieron con el poder en Kabul y Osama empezó a lanzar ataques contra intereses americanos como las embajadas en Kenia y Tanzania, o el destructor en el puerto yemení de Aden, entonces Washington empezó a considerar a sus antiguos aliados contra la URSS como terroristas”, señala Abdul al que no le sorprende la escasa reacción en las calles tras la muerte del líder de Al Qaeda porque “desde que los grupos extremistas comenzaron a atentar en Pakistán de forma salvaje perdieron el apoyo, el aurea de guerreros santos que se ganaron en los ochenta”. De hecho, la respuesta popular tras la muerte en 2006 del líder de Al Qaeda en Irak, Abu Musab Al Zarkawi, fue mucho más importante que la registrada ahora.

En Abbottabad Osama estaba a salvo de los ataques con drones, el arma más importante usada por los americanos en su particular guerra contra el terror en suelo paquistaní. Desde la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca EE.UU ha aumentado de forma espectacular el número de ataques con aviones no tripulados y ampliado el objetivo a militantes de base para reducir la amenaza de acciones de Al Qaeda en Occidente. El viernes, apenas 24 horas después del comunicado del Ejército paquistaní pidiendo la reducción al máximo de la presencia americana en el país tras la operación contra Osama, los drones volvieron a lanzar ocho misiles contra la agencia tribal de Waziristán del Norte matando al menos a quince militantes. Esta forma de lucha obliga a los líderes insurgentes a moverse continuamente para escapar del control aéreo americano, algo que Osama logró encontrando alojamiento en una zona fuertemente militarizada.

Cae la tarde y se encienden los focos que las fuerzas de seguridad han instalado alrededor de la casa de Osama para que permanezca iluminada durante la noche. Los agentes piden a los curiosos y periodistas que abarrotan el lugar que se vayan retirando. Tras el bochorno generado por las palabras del director de la CIA, Leon Panetta, al afirmar que no se informó a los paquistaníes de la operación por miedo a que se fueran de la lengua, Islamabad mantiene abierta una investigación y ha detenido a cuarenta sospechosos de haber tenido relación con la familia Bin Laden. Un primer paso por recuperar la confianza en una guerra contra el terror en la que los ojos de los servicios de inteligencia siguen puestos en suelo paquistaní donde, aniquilado Osama, quedan por descubrir los escondites de figuras como su relevo al frente de AQ, Ayman Al Zawahiri, o el líder de los talibanes afganos, el mulá Omar. Dos nombres que podrían devolver la confianza perdida en Pakistán, el socio indispensable para vencer esta guerra.