Sentados en la misma mesa, pero no cara a cara, Gobierno y oposición de Siria vuelven a reunirse para negociar. La última vez que lo hicieron fue hace nueve meses en Suiza, pero desde entonces han cambiado mucho las cosas. Esta vez el lugar elegido es Astaná, no Ginebra, y, en vez de la ONU, son Rusia, Turquía e Irán los impulsores del proceso, pero el mayor cambio es la situación de Alepo. Un mes después de la victoria militar en la segunda ciudad del país, los enviados del presidente Bashar Al Assad buscan también una victoria diplomática para dar paso a un “proceso político” diseñado por ellos mismos. En el campo de batalla, como en los lujosos salones del hotel Rixos de Astaná, cuentan con el respaldo de Rusia e Irán cuya estrategia consiste en dividir a los opositores sobre el terreno y a las diferentes potencias que tienen por detrás para fortalecer la posición de Assad.

Alepo ha sido un punto de inflexión en la guerra de Siria, un conflicto en el que las potencias mundiales y regionales dirimen sus diferencias en un tablero en el que los sirios ponen los muertos. Tras sufrir la mayor derrota de los seis años de guerra, los grupos armados de la oposición se reubicaron en la provincia de Idlib, al norte del país, y no ha tardado en estallar una lucha interna por el poder. Ahrar Al Sham, grupo apoyado por Turquía y Catar, se enfrenta al todopoderoso Frente Fatah Al Sham, el conocido antes como Frente Al Nusra, que es el brazo de Al Qaeda en Siria y cuyos patrocinadores son más próximos a Arabia Saudí. Aunque recibieron la invitación para ir a Astaná, para lo que Rusia accedió a sacarle de la lista de grupos que considera “terroristas”, Ahrar Al Sham se negó a participar. Uno de los objetivos de esta conferencia es la firma de un documento en el que todas las partes se comprometan a «combatir juntos contra el Estado Islámico y Al Qaeda», una lucha en la que se cuenta con Ahrar Al Sham.

Si en el campo de batalla los opositores están divididos y enfrentados, en el campo diplomático el frente anti Assad está inmerso en un estado de confusión permanente, sobre todo tras el cambio de estrategia de Turquía y el alejamiento de Estados Unidos. Después de cinco años de apoyo firme a la oposición política y armada, el presidente Recep Tayyip Erdogan dio un giro radical y desde el verano prioriza la buena relación con Moscú y la seguridad en su frontera, amenazada por los kurdos y el Estado Islámico, frente al cambio de régimen en Damasco. Erdogan sacrificó Alepo, la ciudad elegida por la oposición para establecer su capital alternativa a Damasco, y cortó los suministros a los grupos armados, una de las causas que abrió las puertas de la reconquista de los barrios orientales al Ejército y al resto de fuerzas que combaten junto al Gobierno. Sin la cooperación de Turquía, es imposible la llegada de armamento y combatientes a la zona norte. A esto hay que sumar la desconexión progresiva de Estados Unidos y la nula confianza que han tenido en los distintos grupos a los que han apoyado de forma puntual, una desconexión que puede ser total tras la llegada de Donald Trump a la presidencia.  Iraníes y rusos son, por ahora, los que imponen su ley en Siria.

 

Artículo publicado en los diarios de Vocento el 24-01-2017